Por Miguel Donayre Pinedo
Hace unos días estuve en Valladolid en la casa donde vivió Miguel de Cervantes ¿Le sonará el nombre de este personaje a algún político iquiteño? Allí en la casa que recoge el espíritu de la época se puede observar la austeridad con que vivía Cervantes mientras escribía el prólogo de su obra cumbre, “El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha”. Me entrometí en su aposento en silencio casi místico, escudriñé la habitación contigua de la hija, la cocina, los cuencos y brasas, su escritorio con aprehensión, casi en labor de forense de película gringa de policías. Quizás sería bueno que el editor y el director de este diario donaran – ya que lo editaron, a los políticos que toman las decisiones en la ciudad unos ejemplares de la obra de Cervantes para situarlos en contexto.
Al visitar la morada del escritor que enalteció y enaltece el uso de la lengua castellana desde el presente volví al pasado como si entrara en una máquina del tiempo, en un interesante flash back, donde la historia, la literatura, aspectos de la vida de esa época, la ciudad me llegaba de golpe y con buen sabor de boca. Aquí los que deciden en la ciudad han hecho un buen uso del valor de la cultura. Algún politólogo decía que uno de los pasos para sembrar política regional o nacional era preciso apelar al uso de los museos y dar significado y relevancia a la cultura local. Es importante para cualquier proyecto aquí el nacionalismo periférico se ha apropiado de esta idea.
Pero, en la selva enmarañada también se embrollan las ideas de los políticos nativos. Hay una actitud consciente de negar el pasado, la historia. Miremos en la ciudad lo que pasa con el centro histórico, es un elogio a la locura y la sin razón. Se demuelen las edificaciones de valor histórico para dar paso a expresiones de la arquitectura hortera, huachafa en complicidad entre los propietarios de esos locales y las autoridades que detentan el poder. No les interesa la historia con mayúscula o minúscula. Para sus adentros dirán, “a la mierda con esas excentricidades del patrimonio cultural y cultura local”, ¿Acaso existe una plaza o centro cultural con el nombre del poeta Germán Lequerica? No, pero sí nombres de militares de guerras perdidas.
Por estos días circula por Internet una carta donde se da a conocer una pésima noticia contra la memoria de la ciudad. En el viejo edificio del Municipio de la Plaza de Armas hay un mural del pintor César Calvo de Araujo y todo hace pensar que este será demolido. ¡Sí demolido! Así solucionamos los problemas apretando el acelerador del poder. Si no observemos los recientes decretos legislativos sobre el derecho fundamental de huelga. Una torpeza digna de regímenes autoritarios aunque también hay que decirlo la democracia peruana tiene muchos matices de autoritarismo y racismo que encaja como anillo al dedo en la conducta de la clase política.
Recuerdo que cuando era niño mi padre, un regionalista fundamentalista, me llevaba al local de la municipalidad y me mostraba con detalles y explicaciones ese mural del pintor Calvo. Todavía retengo en mi retina el mural. Era la llegada de los bergantines a este puerto difunto. Es un mural que pertenece a la historia de la ciudad a pesar que sus autoridades hacen continuamente afanes de borrar como era ésta. No saben los muy torpes que así no hay proyecto político que sobreviva.
Impedir que se destruya el mural es un acto de civismo y un acto de fe con esta ciudad. Todos deberíamos sumarnos en esta lucha por la memoria ¡Debemos recordar, es un derecho! El poder quiere volver amnésicos, deslavazados. Ojalá que no lo consigan en esta ciudad de las últimas cosas.
Artículo: Cortesía del Diario On Line Pro & Contra
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