miércoles, 24 de enero de 2007

Bajo el manto de Tla-loc


Lando

Dedicado a la memoria de mi querido amigo y maestro Germán Lequerica Perea

Aquella mañana de febrero en que Tla-loc, el dios de la lluvia, desmenuzaba sus nubes sobre los árboles y el río, Omar observaba a sus compañeros, estaban absortos en sus pensamientos. Algunos, asomados a las ventanas del bote hoyaban con las manos, otros con la mirada sumergida en el vacío recordaban sus olvidos.

Habían zarpado a las siete de la mañana del puerto de Belén después de aprovisionarse de algunos víveres. Allí estaban las gentes con sus botas de jebe y sus coloridas capas impermeables, enfrentándose al barro, a los charcos y a la persistente llovizna. Mientras Omar caminaba, descubrió una ruma de papayas. Se detuvo a preguntar cuánto cuestan. Cuando de pronto, ¡Cuidadooo! ¡Permisooo! ... un poco más y le atropellaba un racimo de plátanos andante que se perdía velozmente por entre la multitud causando fastidio por parte de los que no escucharon a tiempo el aviso. Al voltear para ir caminando hacia el bote, Omar encontró cara a cara a un extraño ser acuático con bigotes de gato que le miraba con ojos vidriosos y tristes. ¿En dónde habrán pescado este inmenso zúngaro? - se preguntó. Estaba frente a él semejante ejemplar sobre una mesa junto a otros peces de menor tamaño.

Su mente regresó al bote, quizá a causa del olor del pescado salado que pasó por su nariz. Se asomó por la ventana de la embarcación y miró hacia arriba preguntándose si de una vez por todas dejase de llover. Había pasado una semana de mucho estrés a causa de los trabajos y los exámenes en la universidad. Casi no comía ni dormía pensando en que tenía que estudiar mucho para aprobar los cursos pero que a la vez tenía que trabajar para mantenerse.

Quizá este trajín le había vuelto un poco irritable, le había dicho su enamorada. En la última vista a su médico éste le confirmó las sospechas. De acuerdo a los exámenes tenía algo en el cerebro que era necesario extirpar lo más pronto posible. Algo pequeño, no es grave, le dijo el galeno. Esa era la razón por la que los dolores de cabeza no le dejaban. Me haré operar apenas regrese de este viaje – afirmó.

Las curvas de este río Itaya hacen que recuerde a mi amor – suspiró. La noche anterior, Omar fue a despedirse de ella. No parecía que iba a una simple práctica de curso de supervivencia en la selva de la universidad, parecía que se iba a la guerra. Que cuidado con las ramas en las trochas, puede haber un loro machaco camuflado, que cuidado con la hojarasca y con los huecos, le dijo. Allí se atrincheran las víboras y otras alimañas. Pero si nunca había estado en la selva. Bueno, casi nunca. De niña vivió en la chacra de su madre por un tiempo, lo cual según ella, la calificaba como gran conocedora de los peligros que aguardaban monte adentro. Omar sonrió al recordar sus serias recomendaciones.

Ya era la una. Aún llovía. A esa hora, un concierto de platos, cucharas y ruidosas dentaduras amenizaron la tarde.

Luego de un respetable eructo que hizo callar el concierto llamando la atención de los comensales, el instructor a cargo del grupo les comunicó que llegarían a su destino aproximadamente a las seis de la tarde.

Aún faltan cuatro horas. Cae bien una siestecita después de comer, ¿verdad? Pensó en voz alta Miguel. El grupo terminó entregándose a los brazos de Morfeo, el dios del sueño, mientras el bote surcaba arrullador.

El vuelo de una gran garza gris que acababa de pescar por fin su almuerzo, distrajo a Omar. Cuando de pronto divisó algo en el río. ¿Pero qué es eso que se mueve en el agua?, exclamó. Son aletas – díjose agudizando más la visión. ¡Ahí está otra vez! ... vaya qué pena que todos duermen como pelejos. Parece que es ... ¡un bufeo colorado!

Había oído mucho sobre los delfines de río, los “bufeos” y sus historias míticas. El abuelo contaba que se convertían en gentes para raptar seres humanos y llevarlos a sus majestuosas ciudades subacuaticas. Puras tonterías – pensó. Lo fabuloso era que por primera vez tenía la oportunidad de ver uno “en persona”, estaba segurísimo que ese era el famoso bufeo colorado, pues la coloración rosa “casi humana” de su lomo así lo evidenciaba.

El abuelo afirmaba con convencimiento que estos seres son capaces de captar el pensamiento de los humanos y que pueden llegar a establecer una comunicación de tipo telepática. No sé cómo el abuelo perdía su tiempo dándole crédito a esas historias – se dijo esbozando una incrédula sonrisa.

Por un instante cerró los ojos y pensó que podría probar: “Hola bufeo, aquí Omar en contacto...”

- ¡Que ridículo! – reaccionó.

- ¿Omar, qué haces intentando hablarle a un pez? - se increpó.

Cuando abrió los ojos, el bufeo colorado había desaparecido de la vista, el río estaba apacible y todos sus compañeros, incluido el motorista, dormían como troncos. Rápidamente Omar intentó dirigirse a controlar el rumbo del bote y ahí nomás quedó paralizado. A su derecha estaba cómodamente sentada una delgada pero bien formada fémina, con la piel rosada y el cabello dorado tan húmedos que mojaban el interior del bote. Y estaba... completamente desnuda. Sus grandes, fuertes y penetrantes ojos verde agua cristalinos miraban fijamente al joven y terminaron apoderándose de su voluntad.

A pesar de lo espectacular del momento, Omar no perdía los papeles. Pero a causa de la sorpresa, se mantenía estático y con los ojos exageradamente abiertos al igual que la boca. Cuando quiso reaccionar, no logró articular ni palabra ni movimiento alguno. Sólo podía mover los ojos. Aprovechó para observar que sus compañeros ahora dormían como piedras.

La visitante, cuya larga cabellera cubría parte de su bien contorneado cuerpo, delineó una suave y amistosa sonrisa de natural sinceridad. Hola Omar – le dijo sin mover sus finos labios. Perdona que te haya asustado al presentarme así, pero aquí me tienes respondiendo a tu comunicación.

Como Omar se dio cuenta al fin que no podía emitir sonido alguno, menos aún palabras, comprendió entonces que tenía enfrente a algo sobrenatural y se resolvió a discutir el asunto en forma mental.

- ¿Quién eres? - Le preguntó. ¿Una demonia? ¿Una sirena?

Como respuesta sólo obtuvo una complaciente y tierna mirada.

- ¡Bah! ¿Ahora qué hago? ¡Ya sé! ¡Te ordeno que desaparezcas! – reaccionó intentando tomar control de la situación.

- Eres sólo el producto de mi mente, un raro sueño. Debo estar muy cansado. La culpa lo tiene el juane de doña Delfina, que le puso mucho huevo batido y me ha caído pesado – razonó entre sí el joven.

- ¡Vete! – ordenó finalmente Omar logrando cubrirse el rostro con las manos.

- Ni lo uno ni lo otro, ¡Tranquilízate! – le dijo la exuberante visitante llegando a tocarle con los dedos índice y medio juntos en la frente, justo en el entrecejo.

Y de pronto, casi de inmediato, el joven entró en un estado mental casi comparable al de una profunda meditación, sintiendo una inusitada y profunda paz. Creyó además escuchar como a lo lejos, un sonido semejante al del coro de una iglesia. Sintió la necesidad de cerrar los ojos, y una explosión de armoniosos colores en forma de ondas expansivas inundaron su cerebro. Dentro de las ondas cromáticas que se pintaron en su mente empezaron a aparecer en forma constante, una y mil veces, pequeñísimas burbujas verdes, doradas y violetas de vida muy fugaz que al consumirse asemejaban infinitas miniexplosiones de energía. Logró ver algo así como un oscuro planeta al que le empezaron a bombardear pequeñas esferitas verdes cual lluvia de meteoritos, que acabaron consumiéndolo y convirtiéndole en un brillante sol. Simultáneamente el joven experimentaba una sensación de extrema alegría. Luego, todo era un universo blanco, un remanso en donde Omar se sentía flotar sin tiempo ni espacio. Descubrió que en este trance, fácilmente atraía sucesivas imágenes a su conciencia, imágenes del pasado, del presente y... del futuro. Finalmente, en ese estado, vio acercarse a la distancia, vertiginosamente, una gran energía en forma de paraguas abierto, verde, como una gelatina, que rápidamente terminó penetrándole y atravesando por su cuerpo como si nada, haciéndole sentir un especial y eléctrico cosquilleo. Luego, volvió el universo blanco en donde el joven flotaba.

Cuando Omar empezó a sentir nuevamente su cuerpo, sus piernas, sus manos, abrió con cierta dificultad los ojos. Pensó que se estaba despertando de un extraño, muy extraño sueño. Pero, allí seguía ella, sentada frente a él en el bote.

- Ahora ven conmigo - le dijo la visitante de sonrisa permanente, y le tomó de la mano.

Seguidamente, Omar se encontró en las profundidades del río nadando junto a un delfín rosa, quien empezó a emitir una especie de sonidos musicales que atraían a otros varios delfines rosas.

Cuando éstos terminaron juntándose, bajo la dirección de la lideresa empezaron a formar sorprendentes burbujas circulares de entre unos 30 y 60 centímetros de diámetro. Luego jugaban a pasar a través de estos anillos, haciendo simpáticas demostraciones de sincronización.

Uno de los delfines, que Omar supo se trataba de su anfitriona, se acercó a él invitándole juguetonamente a participar. Confiado, el joven empezó a pasar a través de los aros cogido de las aletas dorsales de la jefa, causando gran regocijo en los demás delfines, quienes después, no se limitaron a construir estos “juguetes” de agua y aire, sino que los unieron hasta formar auténticas paredes de burbujas que lentamente subían a la superficie.

Lo más sorprendente es que en una de estas paredes, Omar vio algo que lo dejó atónito. El muro de burbujas tenía un hueco en bajorrelieve con la inconfundible forma de ¡un delfín!.

La lideresa volvió a emitir los característicos sonidos y los demás cetáceos después de ejecutar algo lo más parecido a una danza alrededor del joven, se alejaron raudamente emitiendo como una suave melodía.

De pronto, estaban sólo Omar y su anfitriona, y entonces empezó a suceder algo que sobrepasaba todo paradigma racional cognoscitivo y aperturaba el acceso a las potencialidades internas del joven. La comunicación que inició el delfín utilizaba un lenguaje de sonidos y códigos que Omar recepcionaba y eran simultáneamente transmitidos a todos los receptores celulares de su cuerpo, y éstos eran automáticamente traducidos, permitiéndole captar imágenes holográficas tan nítidas que superaban toda tecnología conocida. Las imágenes que percibía eran sobre los momentos más felices de su vida, pero además, podía ver momentos felices que no recordaba haberlos vivido aún. La experiencia se hacía muy relajante y placentera y le hacía sentir muy, muy feliz.

Los delfines tenemos que enseñarles algo, que el sentido más básico de la vida es la alegría, que no hay meta más alta que sentir esa alegría, que es la perfecta expresión emocional del amor. Deben de ser ustedes mismos, han de sentir lo que llevan dentro y olvidar lo que les condiciona – fue uno de los mensajes que recibió Omar, que llevaba una permanente burbuja de agua y oxígeno en la cara que le permitía respirar.

Por ahora es todo lo que tienes que saber y no dudes que nos volveremos a encontrar. Ahora sube sobre mí, le dijo mentalmente, te llevaré de regreso con los tuyos.

Omar se cogió de la aleta dorsal de la hembra delfín y fue cuidadosamente impulsado hacia la superficie en una trayectoria que le hizo quedar sentado en su mismo sitio dentro del bote, cayendo suavemente e inevitablemente salpicando a sus compañeros que fueron despertando con el remojón.

¡Carnaval! ¡Agua! ¡Jajajajaja! Los pasajeros de otro botemotor, que pasaba muy cerca y casi rozando, les echaron en ese instante baldazos de agua y se alejaron riéndose a carcajadas, mojándoles y dejando un oleaje que terminó despertando a los demás pasajeros del “Yacupato”.

Por qué no nos avisaste, le recriminaron. Parece que nos han echado hishpa de gato.

Omar estaba desconcertado. ¿Habrá sido un sueño? – se preguntó.

Como respuesta, vio alejándose en el río a un delfín rosa. Prefirió callar.

1 comentario:

Ronald dijo...

Te felicito amigo Lando. Interesante lectura. Personalmente no tuve experiencia semejante con bufeos colorados,y si la tengo desearia no despertar empapado con Hishpa de gato. :) Sigue escribiendo.