miércoles, 21 de mayo de 2008

EL SOPLADOR Y EL TIGRE




Por: Germán Lequerica
Ilustraciones: Jarle Mellemstrand

Aquella mañana lluviosa el soplador iba silbando por el monte en busca del mitayo que su Servidora encinta le había perdido como un antojo. Llevaba la cerbatana al hombro y el carcaj de pequeñas flechas atado a la cintura.

Mientras caminaba distraído en medio de la persistente llovizna recordó que su mujer le había dicho: “Si hoy no almuerzo una pava gorda voy a abortar”. Y sin saber por qué sintió un leve mareo y náuseas.

Dejó de silbar. “Creo que a mí también me ésta pegando el embarazo. Si no llevo la pava ella comerá sólo flores silvestres y dirá que no soy un buen Servidor”, se dijo el Soplador y esto le dio fuerzas para subir la empinada loma del camino.

Así la mañana se estaba yendo. La población de animales de monte hacía oír cantos de loros, paujiles,
pinshas, manacaracos, gavilanes y monos. Pero ni una voz de pava. Tal vez porque las nubes no cesaban de llorar desde el cambio de luna, hacía varios días, y las pavas no tenían paraguas con que salir.

En eso, despuecito que la chícua dejó escuchar su grito de alerta, el soplador sintió la presencia del Tigre. Se detuvo en el acto. No estaba nervioso porque él no temía a nadie, para eso era el Soplador, el Sol-del-Centro, el que arde e ilumina toda la selva.

Armó su cerbatana. Giró la cabeza lentamente hacia la izquierda y no vio nada. Giró a la derecha y tampoco nada. Dio media vuelta para mirar atrás, y nada.
Pero el soplador tenía la certeza de que por ahí debía estar el Tigre en acecho, preparando una celada para sorprenderlo, porque de pronto un enorme silencio se había apoderado del monte. Un silencio paralizante y extraño.

Ni un grillito se atrevía a cantar. Los pájaros refugiados en sus nidos apenas asomaban el pico. Las mariposas quietas en las ramas tenían las alas plegadas. Una hormiga miedosa se había quedado inmóvil con una patita levantada. Todo el mundo estaba tenso, ni el aire movía las hojas.

El Soplador se acuclilló a observar el monte palmo a palmo con la pucuna lista para soplar. Así estaba cuando vio que detrás de una aleta de remocaspi se movía como una culebrita el pardinegro rabo del Tigre, justamente por donde él iba
a pasar. “Aja, ahí está”, se dijo el Soplador.

-Señor Tigre - le habló -, sal de tu escondite, quiero verte, ¿Por qué quieres asustarme?

Al verse descubierto, el Tigre saltó al camino y echó un rugido tan fuerte que debió escucharse en los confines del bosque. Y amenazante dijo:
- Te voy a comer Soplador. Me han dicho que tu carne es bien rica. Así que prepárate para entrar en mi barriga.
Ante tales palabras, el Soplador trató de persuadirlo.

- Abuelo Tigre, tú no puedes comer a tu nieto. En mi maloca jamás comemos Tigres.

- Pero yo quiero probar carne humana -replicó el Tigre-. Así que despídete que te voy a comer.

Y diciendo esto, el Tigre se puso a afilar las garras en las aletas del r
emocaspi. Abría surcos hondos en la blanda corteza del árbol que, soportando el dolor que le causaban las heridas, veía correr su blanca sangre hasta tocar la tierra.

- Si me comes ahora –insistió el Soplador-, ¿Quién le llevará el antojo a mi mujer? ¿Acaso quieres que aborte? Además, ella se quedaría sin su Servidor y sólo comería flores del monte.

El Tigre apretó los colmillos midiendo la distancia que los separaba y lo miró colérico, abriendo los grandes y deslumbrantes ojos dorados. El Soplador advirtió que la cosa iba en serio, y como no quería dar muerte al Tigre, cambió la flecha envenenada por otra sin curare y lo amenazó:

- Si de veras quieres comerme, entonces te voy a soplar.


Y le sopló:

Al ver la flecha en el aire, el Tigre dio zarpazos desesperados para evitar ser herido, pero el virote se clavó en una de sus manos.

- ¡Ay! ¡ay! ¡ayyy...! –Se lamentó el Tigre tratando de huir en tres patas –. Ahora sí ¿quién me va a sacar este virote?

- Que te lo saque Androcles- le dijo el Soplador.
Y dándole las espaldas continuó su camino en busca de la pava, mientras la llovizna seguía cayendo y el monte se inundaba de nuevo de voces y de cantos.

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“En el mito de creación de los Boras, el Soplador es el Hombre, el Sol-del-centro, y la cerbatana (pucuna) su arma principal para la caza, pues él provee la carne (mitayo) de la alimentación familiar, mientras su mujer, a quien denomina su “Servidora”, se dedica a las labores agrícolas. Ella a su vez se refiere a él como a su “Servidor”.
Los Boras, al igual que la mayoría de los grupos nativos Amazónicos, pueden “sentir” la proximidad de la variada fauna silvestre: distinguen a las aves por su canto, huelen a las serpientes, osos y cerdos del monte.
Consideran a los animales de tierra, agua y aire, así como a los árboles y toda la flora, como a sus ancestros desde el inicio de los tiempos, de los que ellos vienen a ser el resultado final de una simbiosis étnica, en la que participan todos los elementos del entorno selvático y al que pueden volver en vidas sucesivas como árbol, tigre, duende, paloma, río, lluvia, pez, trueno o rayo”.


Virginia Roca López, Grupo Oruga de Acción Cultural

3 comentarios:

Lupe Muñoz dijo...

me encanta la combinación que haces entre texto y dibujo.

me entretuve con la historia.

Guadalupe M.

Lando dijo...

El cuento es del maestro, promotor cultural, pensador, escritor y poeta, GERMAN LEQUERICA. Las ilustraciones son del artista noruego Jarle Mellemstrand. Los dos, ya trascendidos.
Me gusta como tratas los temas en tu blog.
Si me quieres contactar para intercambiar ideas, lo puedes hacer al landocaricaturas@msn.com
Gracias por tu comentario.
Lando.

Juan dijo...

Muy buena historia. Pero de la ilustración también se puede dar un salto a la animación. Puedes revisar este link http://rafaelseminarioartista.blogspot.com/ donde dan información sobre clases de animación tradicional, aquella que sigue los pasos de la ilustración y el dibujo artístico.