
El vate, a la vez que esbozaba una leve sonrisa con los ojos, entre seria y divertida, le respondió tranquilizante: – Ya se que te lo prometí china, y voy a cumplirlo. Palabra de Poeta.
Era la noche del viernes 10 de septiembre de 1999, pasadas las diez, en que la poetisa amazónica Sui-Yun sin saberlo realizaba su penúltima visita al poeta Germán Lequerica.

A Germán no le molestaba que lo presionen de esa manera, al contrario le encantaba, pues sostenía que cuando los creativos estamos bajo presión fluye mejor nuestra inspiración y nos volvemos energéticamente productivos, atrayendo magnéticamente el infalible auspicio de las musas. Esa era uno de sus formas preferidas de motivar. El hacía lo mismo con los dibujantes del Grupo Oruga de Acción Cultural en los años ’85 a ‘90, para apurar la ilustración de los cuentos para niños. Imagino también, que así como muchos

Según da cuenta su hijo Hernán, consuetudinario convidado a las tertulias y bohemias en donde muchísimas veces compartían Germán Lequerica y el poeta Cesar Calvo, las más de las veces, a pedido expreso de Cesar Calvo Soriano, Lequerica tomaba el lapicero y ensayaba sobre el papel bulky

Hernán Lequerica Chiong, quien en la actualidad se encuentra abocado a la recopilación y digitación de la poesía inédita que nos dejó Germán en sendos escritos y manuscritos, comenta que aquellos poemas guardados por Cesar Calvo, por razones obvias tendrían que clasificarse como desaparecidos e irrecuperables, pues lamentablemente ni Lequerica ni Calvo pueden ya dar razón del paradero de éstos.
En 1993, al publicar Luis

Así fue que, aquella noche del 10 de septiembre de 1999, pasadas las diez, Germán tomó un respiro, y con una breve-seria sonrisa miró fijamente a Sui-Yun, quien a través de un raro-húmedo estremecimiento y casi desvanecimiento, percibió y sintió en esos momentos el fulgor de la inspiración en los ojos del vate. Germán afiló sus mostachos con los dedos, tomó su lapicero, y de un soplo, en sólo instantes, mientras era acompañado por el emocionado silencio de la poetisa quien posiblemente aguantaba la respiración, había ya manifestado y materializado su creación, pues tenía ya en el papel el “borrador” del poema. Ahí mismo se lo dio a leer a Sui-Yun, y ella exclamó emocionada que estaba genial, que no había nada que agregar ni quitar y que ya mismo se lo llevaba. Entonces Germán, cauto, le dijo que todavía no, que lo tenia que leer de nuevo y a ver si le ponía algunas comas y uno que otro puntito. La protesta de Sui-Yun fue enérgica y dijo que de ningún modo iba a desprenderse del papel, el cual lo tenia abrazado al pecho. Finalmente Germán, sin tener que recurrir a hipnotismo alguno (o tal vez si), logró convencerle, prometiéndole que se lo iba a enviar inmediatamente a su correo electrónico y que lo tendría en bandeja de entrada antes de que ella pisara suelo alemán. Sui-Yun se despidió, con un tufillo de desconfianza, pero con el cien por ciento de esperanza del cumplimiento de la nueva promesa, confiando en que esta vez hubo presencia de un testigo.
Apenas se escuchó la partida del motocarro que llevaba de regreso a la poetisa, en ese mismo instante Germán me entregó el poema para digitarlo en el procesador de textos de mi computadora. Y los “¿algunas comas y uno que otro puntito?”, me di cuenta entonces que Germán no aumentaría ni tacharía una sola letra ni agregaría un sólo caracter más. El poema quedó tal cual lo había leído Sui-Yun.
Al otro día en la mañana, ya digitado, le entregué el poe

Al rato fuimos a mi casa, y personalmente, con el cuidado y la compañía de Germán, me encargué de hacerle llegar a la poetisa, vía email, el archivo electrónico conteniendo “Ahasverus”.